21 may 2012

como junto a un cadáver un coro de gusanos


Saltamos la reja. Me tropecé un poco al caer, pero traté de recomponerme rápido: vivía pensando en esa época que, por ser nena, mi hermano y mi primo me iban a basurear siempre, por cualquier cosa. Ahora, desde mis veinte años, creo que ni se fijaban tanto en mí como para burlarse. Yo era simplemente la hermana/la prima que los perseguía. No aportaba nada, pero tampoco molestaba tanto, así que me dejaban.

Ahí estábamos, mirando cómo del otro lado de la reja las cosas no eran, justamente, más verdes: el pasto crecido me llegaba a las rodillas, había demasiados mosquitos y olor a podrido. Estas dos últimas cosas tenían el mismo origen: una rueda de auto llena de agua estancada que estaba tirada en el medio del baldío. Mi primo, Iván, agarró una piedra del piso. La piedra tenía mica y era un símbolo de poder: en seguida me puse a buscar otra, con la infantil lógica que no considera a las casualidades como variables. Mientras, Gabi e Iván buscaban bichos. Yo me alejé hasta que ví, a unos metros del lugar donde yo estaba, un claro entre los pastos. Bah, "un claro": se notaba un agujero, como si no hubiese crecido nada en ese lugar. Imaginando una madriguera de conejos, un cofre con oro o un cráneo de dinosaurio, corrí hacia allí.
Al principio no entendí lo que veía: una mancha negra, con cosas brillantes que se movían encima. Olía muy mal.
Ahí me dí cuenta de que era un gato muerto, muy descompuesto ya, y lleno de gusanos gigantes que bailaban sobre él. El asco, la impresión y el miedo me dejaron clavada allí un rato largo, sin poder dejar de mirar a los gusanos engullir los restos del gato.

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